Aquel 5 de septiembre de 1972, el
terrorismo en el deporte escribió sus primeras páginas. Seis atletas y cinco
entrenadores israelitas asesinados, fue el saldo de un ataque perpetuado por un
grupo rebelde palestino denominado Septiembre Negro, en los Juegos Olímpicos en
Múnich, Alemania. Aunque las circunstancias históricas e ideológicas fueron muy
diferentes al mundo de hoy, los eventos deportivos siempre serán un atractivo
para los terroristas, que aseguran defender una causa.
Alrededor de 200 víctimas fatales
y más de 500 heridos, ha sido el resultado desde que se inició el terrorismo
ligado a eventos deportivos. Policías, atletas, entrenadores, personal técnico,
periodistas, fanáticos, entre otros, han perecido en diversos hechos. Pakistán
ha sido el país con mayores atentados contra deportistas, motivado a la
cantidad de grupos extremistas en esa región; el más reciente fue en 2010,
durante un partido de voleibol, un suicida hizo estallar su vehículo causándoles
la muerte a 90 personas.
Recientemente, en Boston, tres personas fallecieron y más de 150 resultaron
heridas, en un ataque realizado cerca de la meta de una popular maratón. Dos
artefactos explosivos estallaron; uno de los dos responsables está detenido, el
otro murió durante un enfrentamiento. Dzhokhar
Tsarnaev, confesó su responsabilidad y
aseguró que el hecho fue por repudio a las guerras de Estados Unidos contra el Medio Oriente.
¿Qué
es lo que buscan? ¿Llamar la atención? ¿Fama? ¿Venganza? Lo cierto, es que las
grandes competencias deportivas son una vitrina, no solo para los atletas, sino
para que estos grupos radicales se expongan ante los medios de comunicación.
Aprovechan la cobertura del espectáculo y organizan su acto atroz. Tristemente,
no solo atletas, también fanáticos, muchos en familia, son los que corren el
riesgo de ser víctimas del terror.