El pasado mes de febrero el Comité Olímpico Internacional (COI)
anunció su recomendación de dejar fuera de competencia a la lucha a partir de
los Juegos Olímpicos de 2020. Aunque la medida aún no es oficial, tomó por sorpresa a dirigentes y atletas de
este deporte.
La lucha es uno de
los deportes más ancestrales de los Juegos Olímpicos y contó con 344 atletas en
sus modalidades grecorromana y libre en Londres 2012. Sin embargo, se une a un
grupo de siete deportes que buscarán ser incluidos para el programa olímpico.
El beisbol-softbol,
karate, wushu, patinaje, wakeboarding, squash y escalada deportiva están en
carrera por un cupo.
Para los Juegos Olímpicos de Brasil 2016
fueron agregados el golf y el rugby, completando 25 de 26 deportes aprobados
para el programa olímpico de 2020.
La Federación Internacional de Estilos de
Lucha Asociados (FILA) manifestó que lucharán por convencer a los organizadores
de esta decisión, de un deporte establecido en más de 180 países y en muchos de
ellos es deporte nacional. El presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad, informó que inició una campaña
por mantener la lucha libre en la lista de los deportes permanentes.
Para nadie es un secreto que los grandes
eventos deportivos del mundo son administrados por corporaciones financieras que
han convertido a estas competencias de alto nivel en una verdadera “mina de oro”,
generando muchas ganancias económicas. Por tal motivo, puede que la lucha no
sea un atractivo para los organizadores y buscarían otro deporte que genere
mayores beneficios.
Aquí radica el problema de los eventos
deportivos modernos. Si no generan dinero, están fuera, así de sencillo, violentando
los principios y valores humanos y deportivos: la competencia y participación.
¿Quién puede con estos monstruos de las grandes élites financieras?
Por ahora, la lucha esperará hasta
septiembre de este año para que sea ratificada la idea de excluirla o rezar
para que los votos no la marginen de la competencia.